domingo, 3 de enero de 2016

La primera puesta de sol



Desde hace algún tiempo tenía ganas de darme un capricho: salir de viaje el primer día del año. Dejando atrás viejos convencionalismos sobre la fiesta de fin de año, nos fuimos a descansar pasados unos pocos minutos sobre las doce de la noche. Eso sí, salvando la tradición de las doce uvas, para dejar la puerta abierta a la llegada de buenas nuevas. Así que dicho y hecho, ese sueño se ha hecho realidad y el día uno de enero partía hacia el rumbo deseado: el mar mediterráneo.

Una vez aterrizada en Cabo de Palos, pensé que sería todo un lujo que el destino nos regalase uno de esos magníficos atardeceres que suelen darse por estos lares. No era tarea fácil de cumplir, el día llegaba a su fin con el cielo bastante encapotado. Sin embargo, en cuestión de minutos, mientras fotografiábamos las salinas de "Marchamalo", comenzó a abrirse el cielo, asomando los rayos del sol entre las montañas y el mar. Así que a toda prisa, para no perder ni un instante, nos situamos sobre la arena de la playa, para contemplar el espectáculo, que la naturaleza, en complicidad con que el primer día del año nos tenía preparado.

El sol iluminó a su paso lo que encontraba: el agua, los barcos, las antiguas casas de los pescadores y a nosotros. Nos envolvió con toda su magia, su fuerza y su fulgor, dejándonos un dulce sabor de boca. Un día que nos llenó de energía para afrontar con ganas el resto del año.